No ha tenido su día Simone Biles en París. Porque sí, es la mejor gimnasta de la historia. Porque es cierto, hace cosas que ninguna otra mortal es capaz de hacer. Pero también es verdad que es humana. Y los humanos fallamos. Ella, leyenda, también, y se va de los ejercicios de barra de equilibrio y de suelo con una plata.
Con una medalla cuando se esperaban dos y además de oro. Pero no, no pudo ser. En barra, cuando estaba completando un señor ejercicio, se fue al suelo. Su puntuación, 13,100. Era cuarta. Acabó quinta. Adiós al podio.
En suelo, categoría que maneja a la perfección, se salió un par de veces y cedió el trono. Se quedó con la plata, con un podio completado por Jordan Chiles con un bronce y por la brasileña Rebeca Andrade con el oro.
Porque Biles era la favorita. La gran favorita. Pero también puede fallar. También tiene el derecho a fallar. Y aunque no había un oro en su cuello en el podio fue la gran protagonista junto a Andrade.
Por su gesto. Por su reconocimiento. Por hacer una reverencia de rodillas a su rival junto con su compatriota Jordan Chiles. Y es que Biles, además de gimnasta, además de deportista, es leyenda.
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Lo es porque sabe cuánto le ha costado a Andrade llegar a donde ha llegado. Se va de París con cuatro medallas. Se va de París, de unos Juegos Olímpicos, a los que llegó después de superar tres roturas de ligamento cruzado. Ahora, es oro en suelo por delante de la leyenda Simone Biles.